domingo, 21 de julio de 2013

El día en que se inició la obra misional en Chile, el testimonio del Élder Verle Allred

Por Rodolfo Acevedo
Archivo: Páginas Locales Chile
Liahona, Junio 2000

Este año 2000, se recordará el 75° aniversario del establecimiento de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en Sudamérica, hecho ocurrido un 25 de diciembre de 1925 en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, y también los 44 años del inicio de la labor proselitista en nuestro país de Chile.

Fue justamente un día 23 de Junio de 1956 cuando dos misioneros que habían servido su misión en Argentina, llegaron a Santiago para iniciar la obra proselitista entre nuestra gente.

Estos misioneros a quienes hoy día recordamos y saludamos con agradecimiento en nuestros corazones, se llamaban Verle Allred y Joseph Bentley.
Verle Allred y Joseph Bentley

Hace un par de años el Élder Allred, un patriarca de la Iglesia en Brigham City, Utah, y que recientemente ha sido llamado para servir como consejero en el Templo de Lima, Perú, envió su testimonio grabado en video a la Misión de Chile Santiago Oeste, la cual bajo la dirección de su presidente John Hadfield se reunió para presenciarlo, escucharlo y compartir con algunas familias pioneras de la Iglesia en nuestro país.  Esta fue una reunión muy especial y de ella he extractado las palabras del Élder Allred que graficarán en vuestras mentes como fueron esos momentos especiales de los comienzos de la obra misional en Chile:

“En 1954 cuando recibí mi llamamiento para hacer la misión en la Argentina, solo había cuatro misiones en todo el continente de Sudamérica, había dos misiones en el Brasil, una en Uruguay y una en la Argentina.

El número de misioneros en cada país era bajo… no recuerdo exactamente cuántos misioneros servían conmigo en la misión, pero dudo que fueran más de noventa.  Imagínense Élderes y Hermanas, ahora hay en la Argentina 10 misiones y cada una tendrá unos doscientos misioneros, ¡Como han cambiado las cosas!, no estoy seguro si ustedes saben pero cuando se abrió la obra misional en Chile, el hermano Henry D. Moyle, uno de los Doce Apóstoles de la Iglesia hizo una gira por las cuatro misiones de Sudamérica; él llegó a la Argentina en mayo de 1956 y todos los misioneros fueron a Buenos Aires para una conferencia de Misión.  La conferencia duró dos días. El 23 de mayo del mismo año los misioneros volvimos a nuestros sitios bien animados, llenos de confianza, de testimonios, nos sentimos más importantes, teníamos más confianza, listos para tratar de ser mejores misioneros.

Llevaba 20 meses en la misión y solo me quedaban 10 meses; volvimos, los misioneros y yo a la ciudad de Mar del Plata, una ciudad que acabábamos de abrir tres meses antes.  La obra en esta ciudad progresaba rápidamente, teníamos unas cuantas familias listas para el bautismo en la Iglesia.  El número de miembros aumentaba rápidamente y los cuatro estábamos felices en la obra del Señor.

Una mañana volvimos a la Rama, la Casa de Oración donde vivíamos, tan contentos porque tres familias esa mañana habían aceptado la invitación para ser bautizados, tres familias completas habían fijado la fecha bautismal para dos semanas adelante. Mi compañero y yo nos regocijamos y estábamos llenos del espíritu; ese día a mí me tocaba preparar la comida para los cuatro misioneros.

Mientras preparaba la comida me dije que esperaba que nunca me cambiaran de Mar del Plata, que me encantaría terminar la misión allí, pero mientras preparaba la comida llegó un mensajero con un telegrama, mi compañero recibió el sobre que venía a mi nombre y fue a la cocina y me entregó el telegrama.  Estaba seguro de que era el anuncio de un traslado, lo abrí y decía que había sido trasladado yo a otra ciudad pero no en la Argentina, sino a una ciudad más lejana, Santiago de Chile y en éste venia la firma del Presidente Valentine, el presidente de la misión. “Venga con equipaje el lunes temprano y sus documentos”. Dos días después me encontraba en Buenos Aires con mi nuevo compañero Joseph Bentley; nos costó seis días, mucho trabajo y dinero antes de poder tener los documentos para entrar a Chile.

Durante mi entrevista con el presidente de la misión, él nos contó un poco acerca de los antecedentes de la apertura de la obra misional en Chile.

Nos contó que vivía en Chile una familia norteamericana muy activa en la Iglesia, la familia Fotheringham.  El hermano Fotheringham era el ejecutivo principal de la compañía Kodak. Este había escrito cartas a la Primera Presidencia en 1951-52 suplicando que mandaran misioneros a Santiago.

En 1954 durante su visita a Sudamérica el presidente David O. McKay había hecho una escala en Santiago, pasó un día en la casa de los hermanos Fotheringham, haciendo preguntas sobre Chile. Dos años después la decisión se había hecho de iniciar la obra en Chile.

El Élder Moyle se lo dijo al Presidente de la Misión en Buenos Aires durante la conferencia misional y le pidió que nombrara a dos misioneros para iniciar la proclamación del evangelio en Chile, también le informó que terminando su gira al Brasil iría a Santiago para reunirse con los dos misioneros y para dejar una bendición apostólica en Chile.

El Élder Bentley y yo partimos de Buenos Aires por tren en la mañana del 22 de junio del mismo año (1956), pasamos esa noche en Mendoza, Argentina, en un hotel feo pero con camas bastantes cómodas y a la mañana siguiente volamos en un pequeño avión DC3 con dos hélices sobre los majestuosos Andes eternos, llegando al mediodía a Santiago. Nos esperaba la familia Fotheringham, los padres y sus dos hijos.

Fue un encuentro bastante emocionante y espiritual; ellos derramaron lágrimas de alegría y agradecimiento al Señor porque sus oraciones habían sido contestadas; nosotros también las derramamos al pisar tierra chilena porque sabíamos con certeza que habíamos sido llamado por el Señor para poner cimientos firmes y que traíamos las buenas nuevas del evangelio al pueblo chileno, traíamos el evangelio a los hijos de Jacob y a los hijos de Efraín y Manasés. Profundamente sentimos nuestra responsabilidad de dar inicio eficazmente a esta obra que afectaría espiritualmente a tantas personas durante los años venideros.

Por casi dos meses vivimos con la familia Fotheringham en la calle Luciérnagas, quienes nos ayudaron muchísimo en nuestras labores, las cuales a veces sin la ayuda de ellos y del Señor habrían sido abrumadoras.

Antes de poder proclamar el evangelio fue necesario conseguir los documentos y licencias para establecer legalmente la Iglesia en Chile. Este esfuerzo costó mucho tiempo, solicitudes, firmas, comprar sellos, largas colas y hacer muchos viajes a las oficinas de gobierno.  Sin embargo fuimos bien recibidos y bien tratados por todos los dirigentes del gobierno; mientras tanto nos metíamos en el esfuerzo de encontrar una casa grande que sirviera como lugar de reuniones para la Rama de Santiago y lugar de alojamiento de los misioneros.

Habiendo sido reconocidos legalmente por el gobierno pudimos ahora empezar a buscar y enseñar familias durante unas horas en el día.  El Elder Moyle nos dejó instrucciones de hacer proselitismo en las tres clases sociales que existían en Chile en aquel tiempo, la rica, la media, y la baja, y que le tuviéramos un reporte sobre los resultados entre ellas.  Los resultados eran impresionantes, en la mayoría de los hogares fuimos bien recibidos y pudimos dar charlas aún entre los ricos, cosa que casi no se lograba en Argentina”.

Este fue el comienzo y los pasos que se fueron dando los conoceremos más adelante. Solo nos basta decir que la obra iniciada por los Élderes Allred y Bentley ha dado feliz fruto en nuestro país, donde hoy existen ocho misiones con un promedio de doscientos misioneros cada una, donde una gran cantidad de jóvenes chilenos están siendo llamados a servir misiones en su propio país y en el extranjero, y donde un hermoso templo corona esta gran obra de fe.

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